Potsdam, la perla de Prusia: Sanssouci

Alemania es un país con muchas cosas que ofrecer al viajero: comida, paisajes, arquitectura y mucha historia reflejada en sitios interesantes. Por esto mismo, el viajero tiene el dilema de qué ver, porque Alemania no puede ser abarcada en una sola vez. Algunos se deciden por el sur: la Selva Negra, sus postres, el reloj cucú y los canales de Friburgo; Baviera con los palacios de Luis II, el Rey Loco, Hohenschwangau y, por supuesto, Neuschwannstein, que sirvió de inspiración a Walt Disney para crear su castillo más icónico. Otros elegirán el norte: Colonia y su catedral medieval; Hamburgo y la Bohemia de su puerto; y, ante todo, Berlín, la capital.

Generalmente el viajero que elige quedarse en el norte, pasa una temporada en esta última ciudad, una urbe que parece interminable, la ciudad del muro, del Reichstag y de una vida cultural y de entretenimiento que la ha vuelto un foco para muchos inmigrantes. Sin embargo, después de las fotos respectivas en Checkpoint Charlie o en el cada vez más deteriorado Eastside Gallery, Berlín parece desorientar al turista con su superabundancia. ¿Hacia dónde ir ahora?

Vengo a ofrecer un nuevo itinerario. Despeguémonos un momento de los souvenires con pedacitos del muro y salgamos de Berlín unos cuantos kilómetros. Vamos a Potsdam. No queda lejos. Unos 34 kms en coche, que en el tren regional RE1 son con suerte unos 25 minutos y en el tren ligero S7 unos 40. Todo dependerá del tiempo que dispongamos. En ambos casos veremos por la ventana paisajes llenos de bosques y lagos.

“Potsdam, la perla de Prusia”, es como la llamaban en los tiempos en que aquí existían reyes y emperadores. Visitar esta ciudad es rodearse de palacios, parques y de una arquitectura que nos trasladará a esa época aristocrática. Aquí los monarcas buscaban alejarse del ajetreado Berlín y pasar un tiempo rodeados de naturaleza y un ritmo de vida más relajado. Es así que al lado del río Havel o de los bosques o de los lagos que aquí hay podremos encontrar varios palacios y parques que marcan el paisaje de la ciudad. Entre todos, el más destacado es Sanssouci. Su nombre en francés quiere decir “sin preocupaciones”, que es lo que quería el Rey Federico II el Grande cuando lo mandó a construir.

El turista podrá sentirse decepcionado al saber que se trata de un edificio de una planta. Pero decir eso no le hace justicia a Sanssouci. El verdadero valor de este palacio está en su emplazamiento. Si el visitante llega desde el centro de Potsdam, luego de haber visitado quizás la Brandenburger Straße, se verá caminando por una calle llena de robles a cada lado. Y cuando la haya recorrido hasta el final verá a su derecha una colina adornada de jardines y una imponente escalinata. Sanssouci, más que un palacio es una experiencia.

Al acercarnos, veremos estatuas en estilo barroco y neoclásico, canales, puentes, piletas, todo con un excesivo gusto por el detalle. Desde el puente que cruza la laguna puede tomarse una buena foto panorámica del palacio, pero también es posible disfrutar de la presencia de patos y cisnes, o ver los peces de colores que adornan los canales y la fuente, tomarse un tiempo en alguna de las bancas de mármol que los propios reyes disfrutaron en su oportunidad y que ahora le ofrecen al ajetreado viajero un momento para deleitarse de aquella vista: los dioses romanos congelados en piedra alrededor de una pileta centenaria, jardines meticulosamente cuidados y las higueras y vides que le dan verdor a la colina en la que se encuentra el palacio.

Ya arriba, el visitante podrá ver el verdor de Potsdam y, ante todo, los detalles arquitectónicos de Sanssouci. La historia grabada en la piedra de este edificio: querubines rococós acompañan las siluetas de hombres y mujeres en los relieves de sus muros; soles con caras de niños adornan las glorietas de ambos costados del edificio. Es fácil avanzar en cualquier dirección y pasar por alto un pequeño detalle. Aquí no sólo vivió Federico II, sino que también es su última morada.

Casi desapercibido, en el costado derecho desde la gran escalinata, se encuentra la tumba del “rey filósofo”, que por todos sus logros fue apodado por sus súbditos como “el grande”. Por haber sido el introductor de la papa (o patata, dígale como quiera) en estas tierras, es común ver sobre su lápida, además de flores, uno que otro tubérculo. Un homenaje sencillo, casi ridículo para algunos quizás, pero cargado de simbolismo, si se piensa que en ese tiempo la vida de la gente menos acomodada luchaba constantemente en contra de la miseria. Si tiene suerte, podrá incluso ver una representación de época en la que gente vestida como aristócratas o militares, le rinden honores al monarca al lado de su tumba.

Si se tiene poco tiempo, es posible ver otros sitios interesantes durante el día: el Molino Histórico, el Palacio Nuevo, los Baños Romanos, etc. Pero si tiene algo más de tiempo, dedíquelo a entrar en el Palacio. Si es temporada alta, al hacer a fila podrá entretenerse con el panorama detrás de las columnas. Un poco más allá podrá ver la Ruinenberg, una colina llena de edificios que fueron hechos para parecer ruinas.

Ya dentro de Sanssouci el visitante podrá ver las distintas cámaras adornadas en estilo rococó. Cada una con distintos colores y distintos motivos, pero todas con mucha atención al detalle y al adorno. Aquí pasó mucho tiempo Federico II mientras dejaba de lado la política berlinesa y agasajaba a visitantes ilustres como Voltaire y Johann Sebastian Bach. Piense un momento, más allá del apuro de las filas y las agencias de viaje, que está viendo una muestra de cómo era este lugar cuando se llamaba Prusia y que ningún mortal corriente podía estar entonces ahí. Disfrute de esos detalles arquitectónicos que un artesano tardó años en terminar y que muchos especialistas tardaron también en arreglar y preservar para que usted lo vea.

El Rey Federico II no volverá. Seguirá descansando en su sueño eterno al lado de su creación más preciada, pero sin duda le agradaría saber que usted habrá disfrutado tanto como él esos momentos sin preocupación en su palacio.

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